miércoles, 30 de noviembre de 2011

La viajera (Género Narrativa)

A ojos vista parecía inquieta. Las piernas no paraban de moverse desacompasadas y rápidas. Abrió el bolso, ahí me dí cuenta de que le temblaban las manos, hacía frío pero iba bastante bien abrigada e incluso llevaba guantes. Miraba a un lado y al otro del andén con cara de fastidio y más movimiento y cuanto más pasaba el tiempo más se movía.
No sé porqué pero no podía dejar de mirarla -y no es que llamara la atención especialmente- me intrigaba a la par que me desquiciaba, me estaba alterando. Ahí estaba yo, con mi libro abierto a ratos mirando a la página y de soslayo viendo esas piernas sin parar. Me desconcentraba. Me había propuesto que mi camino a la Universidad lo emplearía en repasar los temas ya que me estaba jugando la beca y eso también me estaba poniendo nervioso por mi falta de dominio y de  concentración. Opté por levantarme del banco y buscar otro sitio en el cual no pudiera verla, pensé que si hacía que se perdiera de mi vista sería más fácil centrarme en lo mío. Al levantarme con la que decidí sería mi última mirada hacia ella observé que había encendido un cigarro y con el bolso aún abierto y el paquete de tabaco en la mano, fumaba como si fuera el último cigarro de su vida, con ansiedad, con rapidez, como si se le acabará el tiempo. No pude mover un músculo; la alteración pasó a ser pura y simple contemplación. Me fascinó la imagen.
"Sol-Chamartín vía 2" Se escuchó por los altavoces. Comenzamos a tomar posiciones. Como llevado por un impulso muy fuerte y sin que se me notara, me coloqué en lo que sería la puerta contigua a la puerta por donde entraría ella. Yo, con mi libro en la mano abierto de pie, y seguro con cara de tonto; por contra ella seguía inquieta, nerviosa, fastidiada.
Soy muy malo para coger los sitios exactos dónde paran las puertas -cojo trenes a diario- pero siempre me equivoco, me quedo en medio y al final me toca siempre andar. A ella la puerta le quedó justo de frente y entró primero. Ahora que lo pienso eso me permitió tener la ventaja de colocarme cerca y aunque en ese momento no pensara que fuera a drede, -el libro directamente ya me suplicaba que me centrara en él y el examen, la beca... mis obligaciones- pero sí, me coloqué justo enfrente, en los asientos laterales, mientras ella se sentó en el sentido de la marcha y se apoyó en la ventana.
Observándola más de cerca caí en la cuenta de que tenía unos cascos puestos. "Posiblemente eso era lo que la hacía moverse tanto" pensé. Eso no explicaba su cara de fastidio, ni el temblor de las manos, ni ese aire de desasosiego que la rodeaba, ni esa crispación que desprendía. ¿Qué música escucharía?... Comenzó a mover los labios y la cabeza al ritmo y con las manos golpeaba rítmicamente el pollete de la ventana, a veces cerraba los ojos como si estuviera viendo la canción. Pensé que si supiera leerlos probablemente pillaría la canción y eso me daría algún dato más. En ese momento me volví a preguntar a mí mismo que para qué tanto interés por alguien que no conocía de nada, que posiblemente estuviera  desquiciada y que no encajaba en mi prototipo y que lo nomás importante: no era ni el momento ni el lugar para distraerme.
Carraspeé, me re-coloqué en el asiento y me dispuse a empezar de nuevo la lectura-estudio del capítulo 7 de Sociología "Sociedades humanas y sociedades animales".
Cuando había pasado el primer parrafo, me comencé a sentir observado  (posiblemente quería creer que era así, no lo sé) el caso es que una vez más y desobedeciendo a lo que tenía que hacer o a mí mismo levanté los ojos del libro y ahí estaban sus ojos. Tenía una mirada tan sumamente fija -al menos eso me pareció- que tuve que retirar la mía avergonzado casi, aunque bien disimulado gracias a mi libro.
Volví a mirar otra vez y ya no me estaba mirando, seguía con los ojos perdidos en el trayecto, con su movimiento de piernas y con el ritmo en las manos. Seguramente estaría unos segundos así, lo suficiente como para que probablemente ella también se sintiera observada porque me volvió a mirar, y otra vez me hizo bajar la mirada. Ya no tenía el rostro tan serio ni tan crispado, quizá la música la hubiera tranquilizado o el simple hecho de estar en el tren, y me pareció raro que si estaba tan nerviosa como en principio hacía ver no la ví que llevara reloj ni mirar la hora en ninguna parte, es más, cuando el tren se paró sin previo aviso antes de la entrada de Atocha pareció no preocuparla y cuando pasados ya casi diez minutos la gente comenzó a bufar, a impacientarse... ella daba la impresión de dejar el tiempo correr y observando como los otros corrían o protestaban para tener más tiempo; como si de pronto ella estuviera por encima de todo. Ya no me crispaba, me fascinaba, me embargó una curiosidad tremenda por saber qué tendría dentro de su cabeza.
Poco antes de llegar a Atocha comenzó a prepararse, con una sonrisa pidió amablemente al compañero de asiento que la dejara paso, -era uno de esos tíos que ponen los pies en el asiento de enfrente, así como si estuvieran en su casa o nunca les hubieran enseñado que los zapatos manchan los asientos- y sí, con suma rapidez -demasiada para mi gusto- le retiró las piernas y la dejó libre el paso de tal forma que durante unos segundos la tuve delante mio, y me miró y no sé si capricho mío me pareció que esbozaba una sonrisa e imprudencia mía, o no, no lo sé, le respondí con otra sonrisa, pero ya no me estaba mirando. Y durante un minuto la ví de pie, abrazada a la barra de la puerta de salida del tren, con la mirada ida, moviendo los labios, a ratos cerrando los ojos, moviendo las manos y caí en la cuenta de que había pasado yo todo el viaje concentrado en ella y ella en otra parte y que la echaría de menos en el resto del trayecto y quizá todo el día.

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