jueves, 10 de octubre de 2019

MAR Y FUEGO


Soy del interior y más que bañarme en la playa me hechiza el mar, como el fuego, puedo pasarme horas mirando el movimiento y dejó de estar aquí, estoy allí, mecido por las olas o entre las llamas de una hoguera. Así me siento seguro. Y necesitaba sentirme así, hacía apenas un mes que no sabía de ella. Inexplicablemente se había esfumado en el aire y lo peor; en mi vida, la veía por todas partes, en todas las caras, de espaldas, de frente, en mis sueños, en el café, pero no estaba. Necesitaba dejar de verla sin verla, no sentirla más, no recordar ni su mirada, ni sus sonrisas ni sus abrazos. Encontrarme a mí mismo.  Conseguí que un buen amigo me dejara una casita en un pueblo de Asturias con muchos acantilados. Yo no quería en realidad dejar esa añoranza, sólo quería liberarme de las taquicardias de su recuerdo, tirarlo al mar y ver cómo se lo llevaban las olas. Cruzando la calle desde la casa había un paraje con un banco con vistas privilegiadas de las olas chocando en las rocas sobre el mar. Allí me dirigí. No se cuánto tiempo pasó, es lo que tiene el mar y el fuego, que sólo escuchas su rugir y crepitar y tú corazón. No hay más mundo, no hay nada más. Es como estar de nuevo en el vientre materno quizá sea eso lo que el mar es para mí, ese recuerdo dormido que me serena. Su imagen se difuminaba, se iba como las sensaciones que me producía. Pero escuché su voz y su risa, sentí su aliento. No era posible, no estaba allí, se había ido. Nadie sabía más que mi amigo dónde estaba yo. Pero me había buscado, estaba allí conmigo, abrazándome dentro del mar convertida en sirena. Mientras morían mis recuerdos y yo con ellos.

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